lunes, 18 de junio de 2007

Incondicionalidad

Uno se pasa buena parte de la vida haciendo cosas para hacerse querer. De la pareja, de los amigos, de la familia política, de los compañeros de trabajo.
No existe el afecto gratuito.

O sí.
Porque de pronto nos descubrimos queriendo, como nunca hemos querido a nadie, a ese bichito de menos de diez centímetros del que apenas tenemos una imagen borrosa, de quien no sabemos prácticamente nada y que lo único que ha hecho para traer la felicidad a esta casa es existir.
Los biólogos tienen buenas explicaciones para eso, pero aquí puede bastar el lugar común: a los hijos se los quiere sean como sean. Altos, bajos, gordos, flacos o, como quiere el padrino, hinchas del Barça.

2 comentarios:

Luis Noriega dijo...

A propósito: «incondicionalidad» (f. cualidad de incondicional) es una de esas palabras que no salen en el diccionario. Ellos se la pierden.

Anónimo dijo...

El amor tan grande que le tenemos al diminuto bebé que aparece como entre nubes en la ecografía es todo un regalo, empezamos a quererlo desde el mismo instante de saber que existía y cada día lo queremos un poquito mas!
La biología, que algo tendrá que decir de los padres, creo que, cuando se trata de los abuelos, poco influye; el de los abuelos es el amor de los amores, ya lo comprobaran los abuelos primíparos de Versalles y Bucaramanga.