El tema de los remedios siempre ha sido complicado en esta casa. Camila los detesta desde pequeña. Por suerte casi no se ha enfermado, así que han sido pocas las veces que hemos tenido que darle, pero esas pocas veces han sido una pesadilla.
Cuando era bebé los vomitaba, así que teníamos que retenerla entre los dos porque pataleaba y se retorcía. Cuando ya era un poco más grande, intentábamos diluírselos, convencerla, chantajearla, en jeringa, en cuchara, a la fuerza... En fin, un desastre. La última vez que tuvo que tomar algo, hace casi año y medio, fue porque íbamos al cumpleaños de un amiguito y tenía un poco de fiebre, pero no hubo manera de convencerla y prefirió no ir.
Pues bien, ahora le tocó el turno a Jacobo. El antibiótico se lo dimos con jeringa y obviamente no le gustó y se puso a llorar, pero la que lloró más fue Camila. De repente la oímos atacada llorando en el pasillo (por cierto, tener a los dos hijos llorando al tiempo es terrible). Ya contamos lo de las lágrimas que derramó cuando le limpiamos la nariz a su hermanito, pues con el antibiótico fue igual. Por suerte cada noche fue menos difícil y al final los dos dejaron de sufrir.
El otro día Camila estuvo dibujando antes de irse a dormir. Cuál no sería nuestra sorpresa cuando más tarde vimos lo que había hecho:
Ella dice que no hizo a papá con cara de malo, que se está riendo, pero lo cierto es que parece el psicópata de la jeringa.