Ayer Camila volvía a la piscina y a sus clases de natación. Ella estaba feliz con la idea, e incluso dio gritos de alegría al ver su vestido de baño, que abrazó con todas sus fuerzas. Madre e hija llegamos con el tiempo justo, nos cambiamos y corrimos a la piscina pero, para sorpresa de las dos, desde este curso los niños ya no van acompañados, así que el profesor intentó alzarla y llevársela con él, y Camila comenzó a llorar y gritar desesperada. No me quería soltar. Intenté calmarla, pero no había manera, hasta que otra profesora me dijo que lo mejor era que la dejara con ellos y me fuera, que lo normal es que lloren el primer día.
Con todo el dolor del mundo, entregué a la chiquitina y me fui a los vestuarios con lágrimas en los ojos mientras la oía llorar al fondo. Me vestí rápidamente y subía a verla por la ventana. Seguía llorando. Al final pasó un rato tranquila, pero yo no pude evitar soltar unas cuantas lágrimas más. Al recogerla, las demás madres me decían que era normal, que en unos días se lo estaría pasando de maravilla, pero cada vez que yo intentaba hablar se me hacía un nudo en la garganta.
Desde que nació, ni las vacunas, ni las enfermedades, ni la entrada al colegio me habían hecho emocionar así. A la vez me sentía ridícula por llorar, pero no podía evitarlo. Quizá si hubiera sabido que la clase era sin padres, habría preparado a Camila y yo habría estado más tranquila, pero el hecho de que la noticia me cogiera por sorpresa, en vestido de baño, sin gafas, y con la chiquita abrazada a mí, hizo que todo fuera peor.
Mañana vuelve a tener piscina, y Camila ya sabe que la clase es "chin papás" y que va a ir solita, como una niña grande, pero las lágrimas probablemente serán inevitables.
miércoles, 13 de enero de 2010
Lágrimas en la piscina
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1 comentario:
bubububuububu....que es esta historia tan triste,,,bubububububm,mmmmmm,..... ;)
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